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La noche en el "Pirata"

Foto del escritor: Rogelio CalderónRogelio Calderón

Veracruz tiene encanto, al menos para mí. Primer ayuntamiento de América, San Juan de Ulúa, Hernán Cortés, La Antigua, La Parroquia, el malecón. Fonéticamente tiene fuerza, históricamente es un lugar simbólico. Hasta el mote de su equipo de futbol tenía lo suyo: tiburones rojos. Ni qué decir del jersey. Si Argentina tiene su “v” con Vélez, México tenía la suya con el escualo.


El Veracruz y su uniforme tradicional. De acuerdo al ranking reciente de una prestigiosa revista extranjera, el primer logo del club es uno de los más bonitos del futbol internacional. De nuevo, al menos para mí, Veracruz, y el Veracruz, tienen magia. Alma vieja.


El “Pirata” Fuente es su estadio. Un inmueble antiguo, de memorias interminables para sus vecinos, y con el nombre de un histórico jugador de los tiempos en donde el blanco y negro hacían más romántico el futbol. Y hubo una noche donde yo pisé su campo en la oscuridad, solo, en silencio. Tuve el privilegio.


En 2014 trabajaba para una marca deportiva que patrocinaba al Veracruz. Como parte de mi rol en la compañía, tenía que viajar al puerto para supervisar que todo estuviera bien con la entrega de los nuevos uniformes. Era la presentación oficial. Habría espectáculo, música, juegos pirotécnicos, y los jugadores modelando los conjuntos que usarían tanto de locales como de visitantes aquel torneo. El calor en el puerto es agobiante, y desde las primeras horas del día, tuve la osadía de usar pantalón y camisa, una combinación terrible de acuerdo a la poca tolerancia que manejo ante el calor. Afortunadamente el evento sería en la noche, y mi tarea consistía en asegurarme de que no hubiera queja por parte del club con respecto a la calidad de la indumentaria.

Ya en el palco principal, donde juntaron tanto a jugadores como al cuerpo técnico, todos se cambiaron. Para mí, el hecho de tener acceso a los jugadores, fue algo grato, algo nuevo en mi carrera. Recuerdo platicar con Carlos Ochoa, buen tipo, alguien común y corriente como cualquier profesional que desempeña su trabajo. La única diferencia con un gerente corporativo como yo, era que este sí sabía jugar futbol. Y por eso le pagaban bien.

En aquel pequeño espacio de lujo, pensé en el porcentaje de aquel grupo de jugadores que realmente tendría una carrera duradera. Pocos destacaron los siguientes años.

La música sonaba a todo volumen. El dueño y el hijo, ahora no bien vistos dentro del sector deportivo (ni el político), parecían estar desesperados porque no salían los jugadores. Lo noté porque los empleados del club andaban nerviosos. Yo realmente estaba disfrutando el momento, viendo el solitario campo. Aproveché también para tomarme la foto con Carlos Reynoso y su cuerpo técnico. Curiosamente todos leyendas del América. Hasta en eso tuve suerte.



Al salir los jugadores tomé fotos de la presentación para cumplir con el trabajo de la noche. Los VIP del club, amigos, y socios de los dueños, disfrutaban en mesas de bar la presentación de los uniformes. Del otro lado, en la periferia de la explanada, se encontraban los verdaderos aficionados. Estaban contentos, bailando al ritmo de la música de carnaval, y dando veredicto si aprobaban o no los nuevos diseños. Quizá también decidiendo al momento si se comprarían sus jerseys para cuando iniciara el torneo.


No me quedé a ver todo el show, decidí irme. Pregunté a un empleado del club por la salida. Era tan desorganizada la logística que me indicó que tendría que cruzar el campo para poder dejar el estadio. Honestamente no recuerdo dónde era esa vía, pero no importó, pues, la ruta implicaba pisar el césped. Y así fue, crucé todo el campo, solo, sin luces. Fue una sensación interesante, como si estuviera en un museo. Ahí anotó goles el primer futbolista mexicano en emigrar a Europa, y en la solemnidad del camino, me imaginé a todos aquellos que marcaron época y se ganaron el cariño de la gente del puerto. La estampa era grandiosa. Yo solo en el “Pirata” Fuente, el olor a pasto, y la brisa del mar. Un estadio histórico en un puerto con la misma etiqueta. Una noche calurosa en compañía del recuerdo de los que fueron. Ojalá algún día regrese el Veracruz y revivan las memorias. Lo merecen los nostálgicos.






*En esa ocasión mi papá me acompañó y recuerdo habernos quedado en un hotel cerca del centro histórico. Pareció un viaje en el tiempo debido a la arquitectura colonial del puerto, y el tradicional danzón de los adultos mayores alegrando con sus pasos la noche. Pudo haber sido 2014 o 1930. La esencia del lugar sigue igual. Quizá Luis “Pirata” Fuente llegó a bailar alguna vez en la noche.



 
 
 

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