Mi papá tiene un gusto musical diferente al de mi mamá. Los dos son buenos, aunque el de mi mamá es más rockero, género que mi hermano adoptó como parte de su vida, tanto con su creatividad como con la música que toca. Yo, la verdad, soy muy malo para los instrumentos, pero al menos sé homenajear a las grandes bandas cada vez que las escucho en la “playlist”. Si mi papá no tiene ritmo al chiflar sus canciones, yo parezco un defensa tratando de definir como un delantero cuando se trata de tocar una guitarra. Soy malo.
Antes de que Necaxa se mudara a Aguascalientes, este tenía sus instalaciones en Cuautitlán Izcalli. Un municipio que, infelizmente, tenía todo para convertirse en un buen lugar, pero que, gracias a la política, se convirtió en una buena fuente de saqueo. Con todo y lo anterior, ahí jugaba el Necaxa, aquel club que, discutiblemente, podríamos definir como el mejor equipo de México en aquellos años noventa. Y ahí, con sus maravillosos campos empastados y caminos de piedra rojiza, mi hermano y yo tuvimos el privilegio de entrenar y jugar.

Las jornadas eran largas, pues, saliendo de la escuela, mi mamá se apuraba para recogernos en la escuela y tener tiempo para ir a los entrenamientos. El camino de ida era exclusivamente para dormir, ya que, entre el calor, y el sopor que producía la comida (mas, la flojera de tener que hacer ejercicio que uno, como niño, no valora en esas edades), nos dejaba sin energía.
El entrenamiento duraba aproximadamente dos horas. Después de dejar el club, venía lo bueno: el descanso y el concierto. Ahí empezaba mi mamá con el disco que contenía los grandes hits de una de las mejores bandas que el mundo ha tenido la fortuna de disfrutar: Queen.
El disco, tenía la portada negra, con los cuatro músicos en el frente. Estaba bien cuidado, e incluso tenía un número de folio que mis papás le habían puesto para tener en orden su inventario de cd’s en la casa. Sí, cada disco que compraban, le ponían una etiqueta y lo anotaban en un pequeño cuaderno para ubicarlo cuando hubiera una fiesta y los invitados exigieran cierto tipo de géneros. Ahora es muy fácil con el internet.

Todas las grandes rolas nos las aprendimos. Aun y cuando no sabíamos la letra, apreciábamos la calidad de la música, el ritmo, e incluso nos motivábamos con ciertas canciones que, como una gran jugada del destino, pudimos escuchar en el gran Estadio Azteca. Aquella ocasión, “We are the champions” se escuchó cuando Necaxa le ganó al Cruz Azul, en aquel lejano 1994. Freddy Mercury le iba a nuestro equipo. Estábamos felices. Nuestra canción, nuestro equipo, nosotros.
Queen nos acompañó en los entrenamientos, y también en las idas al estadio. Se convirtió en el himno de nuestras vivencias de familia. Pero lo valioso de esto no era la banda, su música, o el club; el verdadero recuerdo son esos días que pasé junto con mi mamá, mi hermano, y mi papá. Queen solo adornó las memorias con su gran música. Y claro, el Necaxa, con su ADN de campeón en los años más felices que cualquier ser humano puede tener. We are the champions.

*Mi mamá sigue de rockera y con sus movimientos maravillosos simulando tocar la guitarra, mientras que mi papá sigue quejándose de las fallas que llega a tener el Necaxa cuando juega. En otro frente, mi hermano es ingeniero de día pero músico de noche. Lo puedes escuchar en illpiccione.com. Ahora pongo sus rolas cuando trabajo, hago ejercicio, o simplemente quiero escuchar buena música como cuando era niño.
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